MONAGAS ANTONIO JÓSE*
La Gerencia Universitaria
ante el cambio institucional DICIEMBRE, 2005 • 151-171
MONAGAS ANTONIO JÓSE
VISIÓN GERENCIAL
Introducción
El cambio, en esencia, es un concepto que
envuelve múltiples variables. Variables que expresan
necesidades de tipo político, organizacional, cultural,
económico, social, administrativo. Inclusive, de orden
personal si acaso en su intención media algún
compromiso que responde a intereses inmediatistas
o coyunturales. Tal es su incidencia que se ha llegado
a asentir que “lo único estable es el cambio” por
cuanto ocurre como natural expresión de la dinámica
social, económica y política. Por consiguiente, el
cambio es inherente al tiempo, al desarrollo de los
acontecimientos. Es “la esencia de todo proceso que
comprometa al hombre desde cualquier condición,
lugar y espacio” (Webber, 1995, p.116)
Sin embargo, cuando se intenta comprender el
alcance del susodicho concepto, surgen diferencias
por cuanto su naturaleza dependerá del contexto en
el cual se plantee el referido “cambio”. De manera
que no es lo mismo aludir a sus implicaciones en un
ámbito dominado por la economía, que en otro regido
por las fuerzas de la política. O todavía mejor, si
acaso se pensara en detallar lo que es y lo que no
es un cambio, considerando para ello cierto número
de criterios cualitativos, cuantitativos e ideológicos.
Para referir el sentido de cambio, debe
comprenderse primeramente que las realidades son
complejas. Por esa misma condición, se conjugan
toda una serie de racionalidades cuyos efectos
terminan produciendo situaciones tan azarosas como
inciertas. Justamente, en medio de tan enmarañadas
especificidades, muchas veces redundantes en
contrariedades, pero también en posibilidades para
generar oportunidades, se exponen los cambios que,
por la inercia de sus causas, deben inducir nuevas
actitudes aunque con la resistencia que genera
“avanzar en contrasentido”.
Una definición de cambio involucra esas
complejidades que se configuran en medio de las
distintas realidades. No obstante, podría decirse del
cambio: cualquier modificación que tienda a variar
las condiciones iniciales de una situación. Por
extensión, el cambio en las organizaciones incide,
además, en la conducta o cultura organizacional por
cuanto sus implicaciones alcanza al personal reunido
bajo la orientación institucional establecida (o
presumida). Tanta es la importancia del estudio del
cambio en las organizaciones, que su análisis
compromete al desarrollo organizacional (DO) en
cuanto al desarrollo de la eficacia de las
organizaciones.
Es así que, con suma propiedad, se
habla “del proceso de preparación para el cambio y
para la gestión del cambio en el ámbito de la
organización” (Gibson, Ivancevich y Donnely, 2000,
p.753). Particularmente, cuando se reconoce que
todo cambio no sólo opera en el marco de un proceso
específico, sino que además es determinado por
fuerzas que no siempre pueden identificarse por
cuanto son generadas por factores de compleja
incidencia lo cual refleja la significación del cambio
en medio de cualquier ambiente por sistematizado o
no que resulte ser. Ibídem, pp.760–772)
Por analogía, la Universidad, en términos de
su funcionalidad como organización, es susceptible
de cualquier ordenamiento sugerido ante la
necesidad de planificar el cambio.
A pesar de ser
“(…) fundamentalmente una comunidad de intereses
espirituales que reúne a profesores y estudiantes
en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores
trascendentales del hombre” (Del artículo 1º, Ley
de Universidades), refleja el deterioro que genera
la obsolescencia de mecanismos administrativos y
criterios decisionales incapaces de adecuarse a las
ingentes exigencias propias de las nuevas realidades
sociales, económicas y políticas. Además, su
condición de organización fundamentada en el
manejo del conocimiento, la convierte en una
organización atípica toda vez que sus procesos
académicos forman parte de una particular puja por
acercarse más a la verdad en términos del tiempo y
del espacio en que se arraiga un problema en estudio
el cual se halla asediado por múltiples referencias
explicativas. (Delgado Barrios, 2004, pp.104–109)
Justamente, entre los objetivos inmediatos que
persigue esta disertación se encuentra el de
interpretar algunas de las consabidas situaciones que
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vive la administración universitaria a la luz de la
gerencia (pretendida o entendida) por cuanto debe
reconocerse que las realidades académicas
trascienden, ineludiblemente, por procesos de
cambios que desde luego son inherentes no sólo a
su condición como organización compleja y sujeta a
complicaciones normativas un tanto pesadas, sino
también al modo de lidiar con la generación,
elaboración y difusión de algo tan exclusivo, en virtud
de su delicado manejo directo e indirecto, como es
el conocimiento.
No obstante, frente a la significación del
problema que envuelve la gerencia universitaria ante
el cambio institucional translucen distintas
posibilidades de análisis de las variables, condiciones
y factores que inciden en la situación.
Aún cuando
la idea manifiestamente aludida en torno a la
necesidad de “reestructurar la Universidad y
organizar el cambio” (Cuaderno de Bitácora, 2000,
p.7), tiene pleno sentido y total aceptación a los
efectos de revisar el problema desde dicha
perspectiva. Sólo que lidiar con enquistamientos o
tratar con incompatibilidades organizacionales en la
Universidad, por su misma complejidad
organizacional, no es competencia de procesos de
reformas inmediatistas o de corto plazo.
Acceder la organización con fines de
transformación o acicalamiento, comprende una
serie de acciones que tocan desde lo sociológico
hasta lo económico, pasando por revisiones que
inciden sobre lo teórico–conceptual y teórico–
metodológico de sus procesos administrativos y
gerenciales. Sobre todo, de lo que exhorta la
gerencia toda vez que “(…) su conceptualización y
praxis contiene la fuerza necesaria para sensibilizar
no sólo actitudes, sino también voluntades que
pueden girar en torno a las posibilidades de inducir
cambios en el orden y lógica que la racionalidad de
los procesos académicos determinan en virtud de
sus complicaciones y complejidades” (Monagas,
1996, p35). Más, cuando a la gerencia le corresponde
“enfrentar la dificultad de acercarse a los problemas
de manera diferente. Es decir, con visión de totalidad
que la incluya a ella misma en el problema; que le
permita ver los extremos a la vez y por lo tanto
comprender relaciones” (Nieto Echeverry, 2000,
p.12)
Significación e implicaciones
del Cambio institucional
universitario
Habrá que reconocer, primeramente, la
significación del cambio institucional en virtud de
sus posibles acepciones. Más, por tratarse de una
definición que se ve magnificada por causa de las
polémicas consideraciones, a veces contradictorias,
que afectan su sentido y aplicación, su dimensión y
dirección. No obstante, a los fines de la presente
disertación, podría entenderse el cambio como parte
fundamental de un proceso continuo de producción
social el cual, en el tiempo y por razones coyunturales
o estructurales, unas veces se acentúa más a
consecuencia de su propia complejidad y su
particular dinámica.
En el contexto universitario, desde luego, esta
situación adquiere mayor relevancia por cuanto en
ella convergen intereses espirituales alineados con
creaciones intelectuales relacionadas o asociadas
con ideas, conceptos, criterios, referencias
explicativas, teorías y ensayos de propuestas. Las
relaciones de trabajo entre miembros de una
comunidad universitaria, generalmente tiende e
gravitar alrededor de razones que si bien buscan
exaltar la espiritualidad, entendida como condición
que favorece la sensibilidad y el idealismo en tanto
momentos de una socialización que se da en medio
de un singular ambiente cultivado por la
intelectualidad dominante, igualmente pueden
reflejar posiciones encontradas como consecuencia
de enfoques no siempre complementarios y
suplementarios. Ello, sumado al problema que
significa la planificación, organización,
administración, coordinación y evaluación de los
distintos procesos académicos, supone enormes
dificultades y complicaciones que propenden a
desdeñar la inmanencia de la gerencia lo cual anima
el hecho de reflexionar sobre tan particular situación.
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En casos así, generalmente, “la Gerencia no
ve otra alternativa que abandonar todas aquellas
tareas de reestructuración y cambios centrados en
los procesos humanos y más bien opta por
enfrentarlas sólo desde la perspectiva tecnológica
donde lo importante son los resultados y no lo
intersubjetivo, lo relacional” (Ibídem, p.10)
Ciertamente, la posibilidad de diseñar
verdaderos cambios en la Universidad alineados con
la racionalidad de condiciones, un tanto limitantes,
impuestas no sólo por la resistencia a cualquier
transformación que tienda al reacomodo de
posiciones ganadas de la mano del prebendismo y
del clientelismo, sino por la estrechez normativa
vigente, es inminente. No obstante, la probabilidad
de instrumentar esos mismos cambios ajustados a
la situación dominante, es indiscutible. Por razones,
desde luego, que pudieran justificarse ante la
coyuntura político–institucional que hoy vive la
Universidad, el país y sus instituciones a
consecuencia de la actual dinámica socioeconómica
y sociopolítica hemisférica. Habida cuenta que lo
que ha venido yaciendo en el fondo de todo ello es
“el agotamiento del modelo de desarrollo el cual
además arrastra tanto una crisis del tipo de
acumulación como una crisis del tipo de dominación
vigente” (De la Cruz, 1998, p.15)
Sin embargo, en esa onda de transformaciones
acicateada por los desafíos incitados por la presencia
de un nuevo milenio, las instituciones y
organizaciones mayormente comprometidas con el
desarrollo y la investigación han dado algunas
respuestas ante las realidades por venir. La
Universidad, indiscutiblemente, ha respondido
obviando sus desmanes y reveses.
Desde luego, así
tenía que ser. No obstante, “frente a tan críticas
exigencias, no pareciera haberse considerado ciertas
limitaciones de naturaleza funcional cuyos efectos
pueden desvirtuar el carácter axiológico y
deontológico que abarca tan complejo proceso”
(Shuberoff, 2004, p.166)
De hecho, no hay mayores evidencias frente
a la necesidad de entender y atender la cultura
organizacional como el bastión desde la cual se
deparan los valores que afianzan el devenir de una
Universidad que deberá centrarse en la misión de
sembrar nuevos conocimientos para entonces
cosechar el fruto esperado en los predios de una
sociedad más creativa, inteligente, solidaria y justa.
Precisamente, tan grave omisión o desconocimiento
de su importancia propende a concepciones
maniqueas de una Universidad que no se
corresponde con las fuerzas y esperanzas que se
infunden en su base organizacional. De ahí que
cualquier razón que pretenda justificar la
transformación de áreas operativas al margen de
los fundamentos de la cultura organizacional que
caracteriza la Universidad, generaría mayores
incompatibilidades y disociaciones al propósito
manifiesto de “reestructurar la Universidad y
organizar el cambio”.
A la luz de las circunstancias actuales, puede
afirmarse que la universidad venezolana está inmersa
no sólo en una crisis de objetivos y de orientaciones,
sino también en una crisis de los esquemas de
organización y coordinación de sus esfuerzos ante
el desarrollo científico, tecnológico y humanístico
que pretende acometer. Indiscutiblemente, esta
situación acontece en el marco de realidades
conmocionadas por la confusión de sus valores
éticos, políticos, culturales, sociales y morales por
cuyos efectos se exacerba la incapacidad del sistema
educativo nacional para lograr sus objetivos. Sobre
todo, cuando esos objetivos han sido definidos desde
diferentes perspectivas indistintamente del
paradigma que ha inspirado sus alcances.
Precisamente, buena parte de dichos problemas
tienden a exacerbarse en el marco de una
Universidad que además de verse atrapada por
premisas equivocadas inducidas por una gerencia
frustrada frente a las intenciones de lograr políticas,
estrategias y procesos de cambio ajustados a las
nuevas realidades, se ha quedado rezagada frente
a las necesidades que surgen de las nuevas maneras
de producir y distribuir conocimientos. Todo, porque
“la burocracia del modelo de masas, con estructuras
rígidas y con marcada presencia de obtusos
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esquemas administrativos, sigue estando presente
en momentos en que la complejidad de las
instituciones académicas requiere de mayor
flexibilidad, interactividad y sinergias en el
pensamiento colectivo” (García–Guadilla, 2003,
pp.73–76)
En términos de este problema determinado por
tan aguda incongruencia entre fines y medios,
discursos y praxis, la Universidad sigue sumida en
el atolladero de su propia obcecación, de su agotada
–por fútilmente insistente– agenda de equivocadas
prioridades. Más, por el hecho que sigue acusando
una cultura política universitaria marcada por un
exagerado inmediatismo y un vulgar pragmatismo.
Tanto que los problemas del ámbito académico–
administrativo, no han podido resarcirse y
contrariamente, se han acumulado al extremo que
muchas altas decisiones –paradójicamente–
permiten que se enquisten, por un cierto efecto de
estancamiento progresiva, secuelas y vicios.
(Pedreño Muñoz, 2004, p.141)
Por lo que significa el esfuerzo académico y el
costo (político y económico) de acicatear el propósito
de “reestructurar la Universidad y organizar el
cambio”, a través del esfuerzo en analizar, calificar,
inferir y evaluar situaciones y condiciones, debe
considerarse el riesgo que encarna una organización
cuyo sistema directivo puede no lucir tan diligente.
No precisamente por una escasa o excesiva
motivación de quienes fungen como gerentes
universitarios, sino por causa de aspectos como:
1) la dificultad que implica procurar un proyecto de
gobierno universitario entre actores no siempre
comprometidos con la línea de trabajo
propuesta o porque desconocen las
implicaciones conceptuales y metodológicas de
la gerencia académica;
2) por el grado de gobernabilidad del sistema
político–académico ante el cual se plantea la
posibilidad de instrumentar acciones que
definen un proyecto de gestión universitaria
que se corresponda con las realidades
dominantes;
3) y por las limitaciones normativas que introduce
la Ley de Universidades y ciertas
reglamentaciones adoptadas en nombre de la
autonomía universitaria, algunas de las cuales
son expresión del rotundo desconocimiento de
la gerencia.
Específicamente, de la gerencia
universitaria toda vez que exhorta la gerencia
del conocimiento, la gerencia del cambio.
¿Cómo entender la Gerencia
universitaria?
Si la Universidad quiere abrirse a los procesos
que comprometen la organización del aludido cambio
necesario, en principio deberá darse a la inmediata
tarea de elevar la capacidad de gobierno de sus
dirigentes mediante la apertura de canales
funcionales que permitan la democratización de los
procesos de elaboración y toma de decisiones
universitarias, sin obviar el respeto a la opinión
adversativa, y a la necesidad de aceptar la disidencia
como forma de distender y resolver problemas que
no tienen soluciones consensuales. Porque si bien
la educación es un hecho absolutamente político,
igualmente lo serán los mecanismos que se utilicen
para instrumentar y administrar, planificar y evaluar
los procesos de enseñanza–aprendizaje que buscan
la formación profesional y ciudadana desde el aula
universitaria.
Tan ingente tarea de elevar la capacidad de gobierno
de quienes administran y conducen la
Universidad, lleva inevitablemente a considerar
las siguientes necesidades si acaso habrá de
persistirse en la idea de “reestructurar la
Universidad y organizar el cambio” (Cuaderno
de Bitácora, 2000, p.7).
Sobre todo, si se
atiende y entiende la expresión de Alberto
Krygier cuando reconoce que “la gerencia se
mueve en un mundo de aguas turbulentas donde
no puede esperarse estabilidad” (Aut. cit. 1992,
p.2–2). De esta manera, se hace notar la
incidencia de nuevos conceptos que, al
soterrarse en medio de las estructuras teórico–
conceptuales y teórico–metodológicas
asociadas con la gerencia, inciden en la
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concepción que el mismo entorno se plantea
de los fenómenos sociales y organizacionales
a los cuales, por contenerlos, es capaz de
motivar e inducir desde su análisis y su visión
pragmática de los hechos. (Zambrano, 2001,
p.106) Así, resulta inminente pensar en la
necesidad de proceder, básicamente, a:
-Reformar a los reformadores que instan los cambios
institucionales universitarios, aunque eso sólo
puedan hacerlos ellos mismos al concienciar
sus debilidades. Sin embargo, ello podría
alcanzarse entendiendo la importancia de las
ciencias de gobierno como recursos para
gerenciar la complejidad universitaria; y
creando espacios a nuevas generaciones
ganadas a los procesos de cambio.
-Estimular una cultura universitaria con base en
acciones concretas a través de mecanismos
subliminales que destaquen la fuerza
académica de cada Facultad, de cada
proyecto, de cada programa académico
mediante el fomento de prácticas sociales
colectivas menos formales. Para ello, sería
indispensable acudir a mecanismos de
motivación al logro mediante la organización
de encuentros universitarios dirigidos a afianzar
el compañerismo y la amistad.
Todo ello, para
dignificar el sentido de sentirse universitario y
afianzar el desarrollo de la Universidad a partir
de la voluntad de cada uno de sus miembros
con lo cual la gerencia pudiera encauzar
debidamente sus propósitos.
Pero al mismo tiempo de exaltar la necesidad
de la institución universitaria a concienciar el
necesario proceso de cambio, compromete
igualmente a considerarlos desde la óptica de la
gerencia, en su sentido más lato. Indiscutiblemente,
la gerencia, ante cualquier problema, busca indagar
las realidades dentro de las cuales estos surgen y
se reproducen. Sólo que muchas veces se confunden
las apreciaciones y concepciones que se tienen de
la situación–problema en cuestión toda vez que
quienes conducen la Universidad, no saben dónde,
cómo y cuándo actuar. Si con base en una
organización que haya concienciado su función de
estar orientada hacia el aprendizaje (organización
inteligente) o en una organización que sólo supone
brindar enseñanza a desdén de la posibilidad de
aprender.
Según Peter Senge, situaciones de esta índole
pueden explicarse en virtud de la dificultad que tiene
la organización para aprender de la experiencia. Es
cuando se pregunta, “¿qué sucede si las
organizaciones de mayor éxito tienen poca capacidad
de aprendizaje y sobreviven pero jamás desarrollan
su potencial?” (Aut. cit. 1993, p.28).
No obstante, el
mismo autor señala que “no es accidental que la
mayoría de las organizaciones aprendan mal. El modo
en que están diseñadas, el modo en que definen las
tareas de la gente y, sobre todo, el modo en que nos
han enseñado a pensar e interactuar crean problemas
fundamentales de aprendizaje” (Ibídem, p.29).
Pudiera ser o no casualidad, pero no es menos
cierto que las universidades, como organizaciones,
un tanto han obviado lo que significa “aprender de
la experiencia” lo cual le ha generado importantes
problemas que se resumen en la precariedad de la
“gerencia” practicada o pretendida. El hecho que
representó incitar una nueva o distinta funcionalidad
organizacional a partir del esquema reivindicado en
Córdoba, en 1918, cuando se intentó transformar la
Universidad latinoamericana en “(…) un ideal de
cultura para velar por el progreso de la sociedad y
de su salud moral” (Mayz Vallenilla, 1998, p.50), no
fue suficiente por cuanto la denominada Reforma
de Córdoba, así como la Reforma Universitaria que
se vivió en Venezuela, en 1969, y que condujo a la
modificación de la Ley de Universidades que fuera
sancionada en Diciembre de 1958, no tuvo entre
sus propósitos inmediatos y directos procurar la
planificación, administración, coordinación y
organización de la Universidad a partir de postulados
teórico–conceptuales y teórico–metodológicos
asociados con la gerencia de una institución cuyo
fundamento epistemológico la convierte en “(…) el
centro más neurálgico de los debates de las
diferentes concepciones ideológicas” (Mendoza
Angulo, 2005, pp.72–84) como en efecto es la
Universidad en un sentido bastante riguroso.
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Quizás, no tanto por lo que para entonces
representaba la ausencia de una debida
preocupación por la necesidad de considerar a la
gerencia como un recurso conceptual y metodológico
del difícil ejercicio de gobernar procesos
institucionales tan complejos como el que refiere la
creación y difusión de conocimientos desde el
contexto académico–universitario.
Aunque también
porque la Universidad se consolidó desprendida de
prácticas profesionales y laborales que la hacían
reflejarse en el espejo del aprendizaje lo cual, según
algunos, puede entenderse como una reacción
traumática inducida por el hecho de abrogarse
excepcionalmente el trascendental acto de la
enseñanza superior a través del difícil proceso de
búsqueda de la verdad. Ello aunado, por supuesto, a
las dificultades que equivocadamente se alentaron
en el demos universitario representado por la
reivindicada autonomía universitaria cuya
insuficiente comprensión devino en procesos de
gobierno mal entendidos toda vez que su natural
politización degeneró principios éticos y político–
institucionales fundamentales que, “desde 1958 en
Venezuela, 1918 en Argentina, 1919 en Perú, 1920
en Chile, 1922 en Colombia, 1927 en Paraguay, 1931
en México” (Mayz Vallenilla, 1998, p.46),
desdeñaron en buena medida la posibilidad de darle
a la Universidad el sentido y la posibilidad de
procurar una verdadera gerencia universitaria. Salvo
singulares excepciones como Colombia, México y
Chile, particularmente, países éstos en donde se
hicieron importantes esfuerzos por entender y
atender la significación de una gerencia académica.
Ha sido ciertamente un poco lo que de alguna
manera sucede o ha sucedido cuando las
universidades, por la rutina y por la presión sostenida
pero indebidamente canalizada por parte del
perfeccionamiento de las tradiciones y del
exacerbado llamado de las ciencias, las humanidades
y la tecnología, se alejan de su verdadera misión
entrando en una grave crisis que repercute en toda
su extensión y especialmente, en aquella inherente
a los procesos de dirección que se gestan ante los
cambios pretendidos. (Palacios Prü, 1997, p.4)
De todos modos pudiera decirse que, aun
cuando se ha pretendido superar las barreras que
este problema ha encubierto con los años, resultaría
mezquino negar que ha habido un esfuerzo, aunque
precario, en inducir un efecto de concienciación
sobre el significado de “gerencia universitaria” en
quienes han venido atreviéndose a declarar sus
capacidades para dirigir la Universidad desde sus
distintas plataformas de gobierno.